lunes, 29 de septiembre de 2008

Mi primera visita a New York


Muchas veces había deseado visitarla y conocer qué era lo que tenía Nueva York que tanto atraía a la gente. En honor a la verdad, hay que reconocer que tiene lo suyo. Ese aire cosmopolita de imponentes rascacielos, muchos guardando una historia que a todo visitante le gustaría descubrir. Como también sus cuantiosos museos, teatros y tiendas que dejan a uno exhausto al tercer día.

Una de mis primeras paradas fue en el célebre Times Square que abruma con sus centellantes anuncios gigantescos. En un momento sentí que estaba en un parque temático de Disney World, frente a una ciudad inventada para deleite de los enajenados turistas, que erámos cientos, caminando boquiabiertos y tomando fotos en cada esquina. Para rematar el paisaje estaban los pintorescos autobuses de dos pisos, listo para mostrarnos, por un "módico precio", todos los encantos de esta famosa urbe. De hecho, tomé el paseo y pude ver tantos lugares que me quedé con las ganas de bajar en cada uno para apreciarlo de cerca. Estoy segura que eventualmente regresaré con más tiempo para conocerlos.

Por supuesto que una de las visitas que más deseaba hacer era a la estatua de la libertad, ese imponente monumento que es casi un símbolo patrio de Estados Unidos, ubicada en una pequeña isla cerca de Manhattan. Claro que antes de llegar hay que hacer las respectivas filas. Una para comprar tiquetes, otra para el punto de chequeo antes de abordar una pequeña embarcación que lleva hasta el lugar. De pronto uno cree que está en el aeropuerto, a medio desnudar, quitándose hasta los dientes postizos para que no suene la máquina a la hora de pasar, y ya que pasaste, te notifican que no se puede llevar ni maletas, ni carteras, solo tu cámara y lo que tienes puesto. La siguiente fila es la del barquito, que en cada viaje va lleno a reventar de proa a popa y cuando al fin llega uno entusiasmado, tomando fotos de todos los ángulos y distancias, resulta que para subir a la estatua hay que pasar otro punto de chequeo, tan riguroso o más en donde de a vaina puedes subir con tu espíritu, esa última me la ahorré y preferí admirar a la señora libertad desde afuera, total que esa era la idea. Comprendo que tienen que tomar medidas contra cualquier loco, de esos que nunca faltan, y por eso terminamos pagando justos por pecadores.

El submundo del subterráneo

Durante mi estadía caminé una y otra vez por el subterráneo, observando a todo aquél que lo abordaba y me parecía interesante esa mezcla de razas y personalidades que contrastaban con indiferencia, mientras esperaban llegar a su parada. Algunos leyendo, otros escuchando música con los audífonos enterrados en sus orejas y unos pocos tomando una siestecita. Pero nada como el frenesí de la hora pico, que una tarde me sorprendió a medio camino y me dejó sin aliento. Parecían alocados corceles en un hipódromo, en un momento determinado pensé que sería arrollada por la acelerada turba que no quería perder su tren. Lo mejor era poder encontrarse con los artistas urbanos, que con su música ponían su toque colorido a ese ambiente alocado. Alguno que otro tocaba curiosos instrumentos de melodiosos sonidos, para delite de su audiencia itinerante.

La zona trágica

No podía terminar mi viaje sin visitar el área donde algún día estuvieron las torres gemelas del Wolrd Trade Center. No era un deseo de turista morboso llegar hasta ahí. A mi me tocó vivir la tragedia de lejos, corriendo como loca en Univisión, durante la cobertura noticiosa del fatídico 11 de septiembre del 2001, con el corazón adolorido y los ojos aguados de ver esa debacle, y siempre pensé que algún día iría en persona a darle mis respetos a esas víctimas, cuyas cenizas quedaron esparcidas en ese lugar para siempre. Cada vez que rememoro este drama, me es inevitable pensar en la hermana de un amigo, que falleció allí, joven, bella, con un futuro prometedor, dejando a dos hijos pequeños y una familia que la amaba, completamente destrozada, Lorreaine Antigua.

Visité la iglesia de St. Paul, próxima a la zona cero, en donde hay fotos y recuerdos de un gran número de víctimas. Muchos rescatistas, bomberos y voluntarios que trabajaron arduamente durante los trágicos sucesos, encotraron en esta iglesia un refugio no solo espiritual sino para descansar y cambiarse. Allí querdaron algunos uniformes de quienes cumpliendo su deber nunca pudieron regresar. No pude más que llorar un rato en ese templo y orar un rato por esas víctimas y sus familias, a quienes nunca dejarán de doler la pérdida de sus seres amados.



Comprando chucherías
Visitar New York y no comprar es como una boda sin luna de miel, algo inconcebible, algo siempre se antoja. Pero como mi presupuesto era limitado preferí visitar el famoso barrio chino, y comprar una que otra cosita bonita y a costo razonable. También pude darme gusto con su rico Dim Sum o desayuno, lleno de delicias. Había cada personaje en ese barrio, pero lo importante es que saben agradar al cliente.

Ciertamente mi prmera visita a Nueva York fue tan grata como inolvidable.