domingo, 17 de mayo de 2009

El cuadro que me robó el corazón

La promoción de la película “Little Ashes” provocó en mí un efecto parecido al de una tableta de Alka-Seltzer cuando cae a un vaso de agua. Alborotó mi cerebro burbujeando en mis recuerdos. Ya entenderán por qué.

Hay cosas que en la vida te marcan… no solo entran por los ojos para quedarse en la memoria, sino que al principio te mueven las entrañas y se convierten en obsesión. Eso me pasó de niña con una pintura.

No puedo acordarme de en qué grado estaba, pero cursaba la primaria. Estudiaba en una escuela de monjas y nos llevaron a un retiro espiritual, en un lugar llamado Emaús. Era mi primer retiro y cuando llegamos lo primero que vi fue un inmenso cuadro tridimensional de un Cristo suspendido en el aire, con una cruz de cubos a sus espaldas que no llegaba a tocar. Era contemplado por una mujer como si fuera la Virgen dolorosa. Ella tenía una vestimenta voluminosa, abultada, llena de pliegues y arrugas. Me quedé como extasiada. No se cuánto tiempo pasé mirando la imagen que parecía flotar en la pared. Esculqué cada detalle, sintiendo como si nada más existía a mi alrededor. Pregunté por esa imagen maravillosa y una de las monjitas me comentó que era una recreación de un cuadro del pintor Salvador Dalí. Pero no parece una pintura, le dije, parece una fotografía! exclamé. Ella me respondió que por eso él era conocido como un artista del surrealismo. La verdad es que yo era muy niña para entender lo que me quería decir. Lo único que deseaba era tener el placer de contemplarlo todo el día y llevármelo a casa, algo imposible.


Confieso, antes de seguir, que desde que descubrí los crayones y los lápices de colores me fasciné por la pintura. Dibujaba y pintaba todo lo que tenía por delante, ya se imaginarán cómo tenía las paredes de mi casa. Mi padre se molestaba conmigo por esa manía de dibujar lo que él llamaba “monicongos”, la suerte es que mi madre me defendía mucho en ese aspecto. Por supuesto que esa temprana pasión se avivó cual llamarada cuando descubrí a Dalí.

Me di a la tarea de investigar quién era el tal Salvador Dalí. Lástima que en esos años no existía el Internet, porque me habría ayudado tanto. En las librerías, bibliotecas y enciclopedias pude descubrir a este artista tan singular, que tenía una cara de loco recién salido de un manicomio, pero cuyas pinturas y personalidad me cautivaron.

Por mucho tiempo creí que me dedicaría a la pintura. El problema es que también me apasionaba escribir, así que dentro de mí había un gran dilema. No estaba segura qué cosa me podría gustar más. Un día mi madre, que coleccionaba revistas y unas historietas románticas ilustradas, me dio la idea, sin ella saberlo, de que podría escribir un cuento e ilustrarlo. Algunas compañeras de la escuela me llevaban cuadernos para que les dibujara un cuento que ellas pudieran pintar. Es una pena que pasando el tiempo engaveté esos sueños de niña, que me hicieron pensar que sería una creadora de historias para pintar.

Durante muchos años, hasta la muerte del excéntrico artista catalán, lo seguí y admiré. Lloré su muerte como si fuera un amigo querido. Adoré al grupo Mecano -del que ya de por si era fanática-, por el tema musical dedicado a Dalí. Escuchaba y cantaba esa canción, una y otra vez, enloqueciendo a mis amigas. Ya que no tuve el gusto de conocerlo personalmente, esperaba que su espíritu pudiera recibir ese amor que le prodigué desde niña.

Por supuesto que en mi sala hay un par de reproducciones de sus cuadros. Aspiro algún día tener otras más y ojalá llegue a conseguir en especial ese, que un día me cautivó.

Esa película, “Little Ashes”, pretende recrear a Dalí, solo que pintar a un genio como él, me parece una tarea inútil.