domingo, 29 de mayo de 2011

No es cosa de juego

Recuerdo que cuando era niña, criticaba los juegos rudos de los niños. Pensaba que lo único que les gustaba era matarse con cualquier excusa, ya sea jugando a los policías y ladrones, a la guerra o a los vaqueros. No podía entender qué placer podían sentir intercambiándose tiros, cuando había cosas menos agresivas y más divertidas que jugar.
¿Qué puedo decir ahora? cuando, por ejemplo, en México muchos niños de esta generación ya ni siquiera quieren jugar a los policías, porque está más de moda ser sicario, o en países como Afganistán y Pakistán, donde los pequeños pretenden ser terroristas.

Por supuesto que los niños son un reflejo de nuestras familias, hace años lo experimenté mientras dictaba clases de inglés básico en una escuela primaria. En Panamá atravesábamos una terrible crisis económica. Eran los tiempos de la dictadura militar y los bancos tenían tooooodas las cuentas congeladas, me parece que fueron como dos o tres años que no teníamos liquidez y muchos perdieron sus empleos. Las escuelas públicas se sobre poblaron, todos vivíamos en estado de ansiedad y zozobra. El comportamiento de los niños me permitió ver la verdadera situación familiar y social del país. Algunos mostraban un comportamiento rebelde, mientras otros parecían deprimidos o distraídos. Había un salón de clases al que le apodé el "Twilight Zone". Normalmente la escuela solo tenía dos salones de sexto grado, pero al aumentar el número de estudiantes, hubo que abrir uno más y a ese enviaron a los peores alumnos. No se pueden imaginar lo que era entrar ahí. Las películas de estudiantes mal portados se habían quedado cortas. Me tocó utilizar la sicología y la creatividad para poder ganarme el respeto de ese grupo y persuadirlos de que la educación era el camino para salir de la pobreza y los problemas que todos vivían en sus hogares.

Para mí, esos niños que juegan a ser sicarios o terroristas reflejan ese estado de desidia de los adultos de hoy, cada vez más alejados de los valores espirituales y morales de otros tiempos. Es como si les importara poco o nada el futuro de esos niños. Lo más curioso es que muchos se reúsan a aceptar el fin del mundo, nada más hace unos días se comentaba en todas partes, sobre la campaña de un pastor, que aseguraba que el temido fin era inminente, mientras algunos se preocuparon, la mayoría celebraba, burlándose de lo que decía el apocalíptico pastor. Francamente no creo que haga falta vaticinar nada, si nuestra sociedad está cavando su propia tumba, no con una pala, sino con un bulldozer. Si no cambiamos el rumbo de nuestra niñez, no habrá mucho que esperar del mañana, ya que las masacres serán cosa de todos los días, mucho más de las que vivimos hoy, de modo que nosotros mismos nos extinguiremos irremediablemente, y eso sin la ayuda de una catástrofe natural.