jueves, 10 de septiembre de 2009

Huellas de una tragedia

Alguna vez alguien me preguntó cuál era el suceso que más me había tocado en mi ejercicio del periodismo. Fue una pregunta que me agarró fuera de base, y que no es fácil responder cuando uno ha cumplido más de una veintena de años en esta profesión, sin embargo respondí sin titubear que el haber participado en la cobertura de los atentados a las torres gemelas.

Con pena tengo que reconocer que casi a diario veo imágenes desgarradoras, algunas de crímenes (como unas fotos de cuerpos desmembrados que tan solo ayer me horrorizaron), otras de tragedias personales que arrugan el corazón y te humedecen los ojos inevitablemente… no importa que sean gajes del oficio, soy un ser humano sensible y aunque hago mi trabajo lo mejor que puedo, todo me toca de alguna manera.

Cada vez que pienso en el fatídico 11 de septiembre del 2001, mi mente se llena de imágenes imborrables y hasta revivo las sensaciones, la angustia de esas horas y los días posteriores. Recuerdo claramente cómo, luego del primer ataque, iba camino a Univisión y escuchaba por la radio lo que estaba pasando. Casi al llegar la estación habían dado la orden de paralizar la aviación nacional, mi pulso se aceleró y más aún cuando entré a la redacción, donde todo era un caos. Las primeras imágenes que me tocó recibir esa mañana eran de las torres ardiendo y la gente desesperada lanzándose al vacío. Aunque estábamos trabajando a cientos de kilómetros de Nueva York, todos estábamos conmocionados, trabajando como autómatas porque había que cubrir lo que pasaba, pero con una horrible sensación de impotencia y los nervios alterados de tanto horror.

El peor momento para mi fue cuando al tercer día me encontré en las escaleras a un amigo del trabajo, Richard Piñeiro, nacido en Brooklyn y a quien no había visto en medio de la locura de esos días. Lo saludé a la carrera, preguntándole por su familia, le dije casi antes de que me respondiera que me imaginaba que todos estaban bien, pero su respuesta me frenó en seco. Su hermana, que trabajaba en una de las torres estaba desaparecida y su familia guardaba la esperanza de que apareciera en algún hospital. El me dio la foto de su hermana Lorraine, ni siquiera le pregunté el apellido simplemente corrí al departamento de arte para que grabaran la foto con su nombre de soltera. Después me enteré que su apellido era Antigua. Todos en Univisión quedamos consternados, Richard era nuestro jefe de seguridad y una persona muy querida por todo el personal. Ese mismo día lo entrevistaron en el noticiero, que había estado en una cobertura especial desde el principio.

Lorraine era madre de dos niños, trabajaba para la compañía Cantor Fitzgerald. Esa sola empresa perdió a 658 empleados en esos brutales ataques. En una página de Internet se les rinde tributo a su memoria. Leyendo los mensajes de sus familiares y amigos, la he llorado muchas veces, y hasta la adopté como si fuera una amiga, de la misma forma que he adoptado a su madre con cariño. En este link entenderán por qué: http://www.cantorfamilies.com/cantor/jsp/tribute.jsp?ID=3104

Cuando pienso en esta fecha, automáticamente pienso en ella, en sus hijos, su madre, sus hermanos y demás seres queridos. Me parece una injusticia que su vida haya sido truncada de una forma tan absurda y cruel, siendo ella tan joven, que le hayan quitado la oportunidad de conocer a sus nietos. Aunque dicen que el tiempo cura las heridas, su madre me ha dicho que al menos en su caso, eso no ha sucedido y duda mucho que ocurra.

Como profesional y como ser humano, estoy segura que recordaré este terrible episodio de odio y violencia por el resto de mis días y las vidas por vivir.

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