jueves, 16 de febrero de 2017

NOTA DE AGRADECIMIENTO

Por Adriana Jarava-González

Desde hace un par de días en mi perfil de LinkedIn he venido recibiendo un aluvión de felicitaciones por mi vigésimo aniversario de trabajo en Univisión y estoy muy agradecida por sus mensajes. Envuelta en la locura del trabajo, no había tenido tiempo de reflexionar sobre este aniversario, pero sus mensajes me ayudaron a hacerlo.

Univisión es mi segunda casa y sin duda, es una escuela en donde he crecido y he podido compartir con gente maravillosa, con la que he aprendido mucho. Me siento muy afortunada de poder trabajar en un lugar en donde he podido desarrollar mi pasión, y poder ver tantos proyectos cristalizarse. Son tantas las historias y personajes que he conocido, que me han dejado grandes enseñanzas, y en muchos casos he podido sentir esa increíble satisfacción de ayudar a alguien de nuestra comunidad o al menos, contribuir a que un enfermo grave tenga una mejor calidad de vida. 

Me siento muy privilegiada de trabajar en “Primer Impacto”, un equipo increíble, de gente cálida y trabajadora, siempre dispuestos a enfrentar los constantes retos que nos llegan y apoyándonos mutuamente. Espero poder celebrar muchos más años aquí y una vez más, gracias por sus mensajes. 



sábado, 10 de septiembre de 2011

Reflexiones sobre el dolor que no se supera

Por Adriana Jarava-González

Parece mentira, pero ya pasó una década de los terribles ataques del 11 de septiembre del 2001, y sin embargo es como si hubiese pasado ayer. Nuestra vida en Estados Unidos ya no ha sido la misma desde entonces, y nos ha tocado aprender a vivir con las secuelas esos atentados.


En el 2008 tuve la oportunidad de visitar la iglesia de Saint Paul, que se convirtió en el refugio de rescatistas, policías y voluntarios que entregaron sus vidas para salvar a otros. Este templo sagrado se convirtió desde aquel aciago día en una especie de museo que guarda tributos y recuerdos de muchas víctimas. Aunque no tuve la suerte de conocer a ninguno de ellos personalmente, al entrar allí es inevitable que se le forme a uno un nudo en la garganta y que las lágrimas comiencen a rodar.


Adentro, cientos de rostros sonrientes saludan a los visitantes, esas sonrisas congeladas en el tiempo a través de las fotos traídas por sus seres queridos, cuentan en silencio su historia, una historia truncada por mentes maquiavélicas, que no se tocaron el corazón para dejar a tantas familias destruidas. Lo que nunca lograron destruir fue el amor que se hizo más fuerte, más allá de la muerte.


La historia que más me conmovió fue la que me contó un rescatista, que nadie sabe quién era, su uniforme polvoriento permanece sentado sobre una banca frente al altar con sus botas sucias desde ese día. No necesitaba palabras porque solo verlo te habla de la valentía de su dueño, que entregó su vida tratando de rescatar heridos de entre los escombros de las torres gemelas, al igual que la de tantos otros bomberos, paramédicos y policías caídos cumpliendo su deber. A un costado decenas de insignias quedaron colgadas como recuerdo de esos héroes que sin importar de dónde eran, llegaron a este lugar para apoyar a sus colegas.
 

Cada vez que se acerca esta fecha muchos reflexionamos sobre este terrible episodio de nuestra era, pero sobre todo nos unimos a esas familias cuyas heridas no han podido cicatrizar en todo este tiempo, y que probablemente no cicatrizarán… lo sé muy bien porque Doña Ramona Schroeder, quien perdió a hija Lorraine, me ha dicho que es imposible para una madre superar semejante dolor, aunque no queda más remedio que aprender a vivir con ese dolor… solo el amor de su familia y amigos lo ha hecho más llevadero.
Que Dios nos proteja y evite que más muertes inocentes nos llenen de dolor. Que su amor ilumine nuestras almas y su paz se imponga en cada rincón de nuestro planeta.



Fotos: Adriana Jarava-González

domingo, 29 de mayo de 2011

No es cosa de juego

Recuerdo que cuando era niña, criticaba los juegos rudos de los niños. Pensaba que lo único que les gustaba era matarse con cualquier excusa, ya sea jugando a los policías y ladrones, a la guerra o a los vaqueros. No podía entender qué placer podían sentir intercambiándose tiros, cuando había cosas menos agresivas y más divertidas que jugar.
¿Qué puedo decir ahora? cuando, por ejemplo, en México muchos niños de esta generación ya ni siquiera quieren jugar a los policías, porque está más de moda ser sicario, o en países como Afganistán y Pakistán, donde los pequeños pretenden ser terroristas.

Por supuesto que los niños son un reflejo de nuestras familias, hace años lo experimenté mientras dictaba clases de inglés básico en una escuela primaria. En Panamá atravesábamos una terrible crisis económica. Eran los tiempos de la dictadura militar y los bancos tenían tooooodas las cuentas congeladas, me parece que fueron como dos o tres años que no teníamos liquidez y muchos perdieron sus empleos. Las escuelas públicas se sobre poblaron, todos vivíamos en estado de ansiedad y zozobra. El comportamiento de los niños me permitió ver la verdadera situación familiar y social del país. Algunos mostraban un comportamiento rebelde, mientras otros parecían deprimidos o distraídos. Había un salón de clases al que le apodé el "Twilight Zone". Normalmente la escuela solo tenía dos salones de sexto grado, pero al aumentar el número de estudiantes, hubo que abrir uno más y a ese enviaron a los peores alumnos. No se pueden imaginar lo que era entrar ahí. Las películas de estudiantes mal portados se habían quedado cortas. Me tocó utilizar la sicología y la creatividad para poder ganarme el respeto de ese grupo y persuadirlos de que la educación era el camino para salir de la pobreza y los problemas que todos vivían en sus hogares.

Para mí, esos niños que juegan a ser sicarios o terroristas reflejan ese estado de desidia de los adultos de hoy, cada vez más alejados de los valores espirituales y morales de otros tiempos. Es como si les importara poco o nada el futuro de esos niños. Lo más curioso es que muchos se reúsan a aceptar el fin del mundo, nada más hace unos días se comentaba en todas partes, sobre la campaña de un pastor, que aseguraba que el temido fin era inminente, mientras algunos se preocuparon, la mayoría celebraba, burlándose de lo que decía el apocalíptico pastor. Francamente no creo que haga falta vaticinar nada, si nuestra sociedad está cavando su propia tumba, no con una pala, sino con un bulldozer. Si no cambiamos el rumbo de nuestra niñez, no habrá mucho que esperar del mañana, ya que las masacres serán cosa de todos los días, mucho más de las que vivimos hoy, de modo que nosotros mismos nos extinguiremos irremediablemente, y eso sin la ayuda de una catástrofe natural.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Zumbidos inolvidables

Hoy es 20 de diciembre del 2009 y me parece mentira pero han pasado 20 años de una de las experiencias más fuertes que nos ha tocado vivir a los panameños, la invasión militar de Estados Unidos a Panamá. Aunque habían rumores de que eso iba a pasar, creo que no estábamos preparados ni emocional, ni físcamente para lo que vivimos.


Recuerdo claramente que a las 11 de la noche mi perrita Patty comenzó a ladrar, algo que no nunca hacía... poco a poco, al unísono, todos los perros del barrio ladraban enloquecidos y los teléfonos comenzaron a sonar. Ya no era un rumor, los helicópteros y aviones militares se comenzaron a apoderar de la ciudad. Fue una noche laaaaaaarga y los siguientes días se hicieron tan largos como terribles. Todavía me parece escuchar el zumbido de las balas por doquier y las ensordecedoras explosiones.


Eran vísperas de navidad, un tiempo en el que se supone que reine la paz, pero en Panamá reinaba el caos y la muerte. No era recomendable andar en la calle porque uno podía ser alcanzado por una bala perdida o ser arrestado. Al quinto día me tocó salir de casa y el panorama era espantoso: comercios quemados, un fuerte olor a pólvora en el ambiente, todo parecía un basurero. Sentí un terrible escalofrío cuando un tanque de guerra me pasó por el lado del auto. Me parecía mentira lo que estaba viviendo. Solo había visto esos tanques y a tantos helicópteros y aviones militares en las películas.


Hoy me parece que fue solo una pesadilla, pero se muy bien que para quienes perdieron seres queridos en esos amargos días, la pesadilla de no poder volverlos a abrazar, nunca terminó.


Ojalá que los pueblos del mundo valoren realmente lo que es la paz y no sigan creando razones para experimentar lo que es la guerra.

sábado, 17 de octubre de 2009

La verdadera lección de una venganza

A veces cuesta creer a donde hemos llegado los seres humanos en esta tierra. Hemos evolucionado mucho en conocimiento. Somos capaces hasta de viajar a otro planeta, podemos despertarnos en una ciudad y terminar el mismo día durmiendo en otro continente como algo cotidiano. Hemos sido capaces de transformar al mundo siglo a siglo, al grado que no tenemos que morirnos ni de calor, ni de frío. Pero tristemente en esa evolución le hemos perdido el respeto a la vida.

Esta semana nos estremeció la noticia de un adolescente que fue convertido en una antorcha humana por otros chicos, cuyas edades oscilan entre los 13 y 15 años. Todo por no haber pagado unos $40 que le debía a Matthew Bent, un compañero de la escuela, por la compra de un juego de video. Michael Brewer, el jovencito quemado, está pagando muy caro su deuda.

El domingo 11 de octubre, Matthew trató de cobrarse los cuarenta dólares tomando como prenda una costosa bicicleta del padre de Michael, pero llamaron a la policía y lo arrestaron. Según se dio a conocer, Bent amenazó al muchacho y su familia advirtiéndoles que se lo iban a pagar y no tardó en cumplir su amenaza. El lunes 12 de octubre, Michael no fue a la escuela por temor a una represalia y no se equivocó. La venganza fue quemarlo vivo con la ayuda de unos amigos, bañándolo en alcohol y prendiéndole fuego, para “ver qué pasaba”, según declararon ante las autoridades. Lo que pasó fue una horrible pesadilla para Michael, quien se lanzó en su desesperación a una piscina, gritando de dolor y fue llevado de emergencia a la unidad de quemados del hospital Jackson Memorial, con heridas en un 80% del cuerpo, de gravedad en el 65% y con un preocupante pronóstico de un posible fallo de órganos en los próximos días.

No puedo quitarme de la cabeza su lindo rostro y la terrible agonía por la que está pasando tanto él como su familia. El viernes se difundió la llamada de emergencia en la que se escuchaban sus gritos desesperados y me trajo a la memoria los gritos de un vecinito que tuve de niña, que se había quemado la espalda al explotar un tanque de gas en su casa. El vivía a cierta distancia y sus desgarradores alaridos, cuando lo curaban, se escuchaban a varias cuadras de distancia. Me sentía morir de dolor con él cada día.

Un caso similar al de Michael, en crueldad sin límite es el de una chica colombiana que conocí por cosas del trabajo. Su rostro estaba completamente desfigurado por la maldad de alguien que nunca supo quién era. Ella vivía con su madre y otros niños en una alcantarilla fétida de la ciudad de Bogotá, cuando a alguien se le ocurrió la perversa idea de exterminar a esa pobre gente prendiendo fuego a la cloaca. El día que la conocí casi me echo a llorar de la impresión, sobre todo al saber cómo le había pasado. Corrí a la oficina de mi jefe ahogada en llanto, tratando de tranquilizarme. Cuando al fin pude serenarme y hablé con ella, admiré su valor para enfrentar la vida y las miradas de horror o compasión de la gente. Espero de verdad que Michael pueda tener esa fortaleza para sobrevivir y enfrentarse a todo lo que le espera.

Si la noticia de lo que pasó con este muchacho me escandalizó, mucho más lo fue enterarme que algunos de los acusados habían llegado a la corte en una actitud como si se tratara de una travesura cualquiera, sin mostrar remordimiento alguno y hasta medio divertidos de todo lo que estaba pasando. Es más, se ha reportado que los cinco acusados tienen un historial judicial, Jesús Méndez el jovencito que utilizó el encendedor para quemar a Michael, está enfrentando cargos por intento de asesinato.

Tan solo pocas semanas atrás, un adolescente perdió la vida en Miami, apuñalado por otro estudiante, en el patio de su escuela. ¡Qué triste saber que ellos representan parte de la generación de relevo!

Sin duda que los padres de estas criaturas no han sabido sembrar valores, ni respeto en sus almas. Cuando veo a un bebé o a un niño pienso precisamente en eso, ¿sabrán los padres de estos pequeños lo que significa la responsabilidad de tener a un hijo? No se trata simplemente de vestirlo, alimentarlo y mandarlo a la escuela para que estudie. Sino de enseñarle AMOR Y RESPETO por todos. Muchas veces veo el entusiasmo de la gente comprándole la ropa más bonita a su bebé, los juguetes de moda, que no le falte nada, pero a medida que esos bebés crecen y comienzan a sentir el peso de las responsabilidades, los hacen a un lado, los mandan a jugar o a estudiar para que no les estorbe, con muy poca comunicación entre ambos y los muchachos terminan desubicándose en la vida, sin saber distinguir entre el bien y el mal.


La verdadera venganza contra Michael está más allá de lo que persibimos, es la venganza contra la propia familia de Matthew y de los chicos que se aliaron a tan horrible acto. Es hacer despertar a sus progenitores sobre el hecho de que cuando trajeron al mundo a sus hijos, no estaban jugando a las muñecas y tienen que pagar el precio de su falta de guía en la vida de sus vástagos.
Ojalá que la historia de Michael logre siquiera hacer reaccionar a los padres que han visto su caso y se puedan evitar tragedias similares.

domingo, 4 de octubre de 2009

Gracias a la vida y gracias Mercedes por tu cantar

Esta mañana me enteré de la muerte de la muerte de Mercedes Sosa y me quedé pensando en los recuerdos atados a sus canciones, que se quedaron en mi corazón para siempre.




Una de las compilaciones discográficas de sus éxitos


Conocí a esta inigualable tucumana gracias a mi mejor amiga de la escuela, Marissa Rocha. Muchas tardes de tareas Mercedes nos hizo la faena menos pesada. Su música me gustaba tanto como la de los artistas más populares de los 70s, aunque no puedo decir que soy una fiel fanática suya.

Me parece admirable el legado musical de La Negra Sosa y que haya unido su voz a otras muchas, tan diversas en estilos y géneros: Luciano Pavarotti, Andrea Bocelli, Sting, Shakira, Calle 13, Caetano Veloso, Charly García, Fito Paéz, Gian Carlo, Milton Nascimento… una lista tan larga que pasaría días mencionando nombres.

A diferencia de los millones de personas que la han seguido, no es “Gracias a la Vida”, el que más me ha gustado de sus temas, pero sin duda lo he tarareado muchas veces. Son dos los más especiales para mí. “Alfonsina y el mar” es uno de ellos, me cautivó tanto que casi gasto mis cuerdas vocales cantándolo. Sí, lo acepto, soy una exagerada cuando amo, no importa si es algo o alguien y esa canción es sin duda uno de mis grandes amores. El otro es “Zamba pa’ no morir”, desde que lo escuché la primera vez decidí que era la canción perfecta para mi sepelio. Su mensaje es simplemente hermoso.


Tal vez tenía unos 12 años la primera vez que escuché una de sus canciones. Marissa y su madre, a quien con cariño siempre le he dicho tía Martha, escuchaban frecuentemente las canciones de Mercedes Sosa mientras tomaban café y los panecillos ricos que mi tía preparaba. Cada vez que por casualidad escucho alguno de los temas de Sosa me parece que huele al café de Tía Martha y a sus panecillos chilenos recién horneados, al igual que al humo de los cigarrillos que nunca faltó en la casa de la familia Rocha.


Gracias cantora, gracias por tu música y por las memorias

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En este enlace de Youtube se escucha "Zamba pa' no morir":


http://www.youtube.com/watch?v=RrIKHFhKSfA&feature=PlayList&p=DF8B4EBC02B4C699&index=25

jueves, 10 de septiembre de 2009

Huellas de una tragedia

Alguna vez alguien me preguntó cuál era el suceso que más me había tocado en mi ejercicio del periodismo. Fue una pregunta que me agarró fuera de base, y que no es fácil responder cuando uno ha cumplido más de una veintena de años en esta profesión, sin embargo respondí sin titubear que el haber participado en la cobertura de los atentados a las torres gemelas.

Con pena tengo que reconocer que casi a diario veo imágenes desgarradoras, algunas de crímenes (como unas fotos de cuerpos desmembrados que tan solo ayer me horrorizaron), otras de tragedias personales que arrugan el corazón y te humedecen los ojos inevitablemente… no importa que sean gajes del oficio, soy un ser humano sensible y aunque hago mi trabajo lo mejor que puedo, todo me toca de alguna manera.

Cada vez que pienso en el fatídico 11 de septiembre del 2001, mi mente se llena de imágenes imborrables y hasta revivo las sensaciones, la angustia de esas horas y los días posteriores. Recuerdo claramente cómo, luego del primer ataque, iba camino a Univisión y escuchaba por la radio lo que estaba pasando. Casi al llegar la estación habían dado la orden de paralizar la aviación nacional, mi pulso se aceleró y más aún cuando entré a la redacción, donde todo era un caos. Las primeras imágenes que me tocó recibir esa mañana eran de las torres ardiendo y la gente desesperada lanzándose al vacío. Aunque estábamos trabajando a cientos de kilómetros de Nueva York, todos estábamos conmocionados, trabajando como autómatas porque había que cubrir lo que pasaba, pero con una horrible sensación de impotencia y los nervios alterados de tanto horror.

El peor momento para mi fue cuando al tercer día me encontré en las escaleras a un amigo del trabajo, Richard Piñeiro, nacido en Brooklyn y a quien no había visto en medio de la locura de esos días. Lo saludé a la carrera, preguntándole por su familia, le dije casi antes de que me respondiera que me imaginaba que todos estaban bien, pero su respuesta me frenó en seco. Su hermana, que trabajaba en una de las torres estaba desaparecida y su familia guardaba la esperanza de que apareciera en algún hospital. El me dio la foto de su hermana Lorraine, ni siquiera le pregunté el apellido simplemente corrí al departamento de arte para que grabaran la foto con su nombre de soltera. Después me enteré que su apellido era Antigua. Todos en Univisión quedamos consternados, Richard era nuestro jefe de seguridad y una persona muy querida por todo el personal. Ese mismo día lo entrevistaron en el noticiero, que había estado en una cobertura especial desde el principio.

Lorraine era madre de dos niños, trabajaba para la compañía Cantor Fitzgerald. Esa sola empresa perdió a 658 empleados en esos brutales ataques. En una página de Internet se les rinde tributo a su memoria. Leyendo los mensajes de sus familiares y amigos, la he llorado muchas veces, y hasta la adopté como si fuera una amiga, de la misma forma que he adoptado a su madre con cariño. En este link entenderán por qué: http://www.cantorfamilies.com/cantor/jsp/tribute.jsp?ID=3104

Cuando pienso en esta fecha, automáticamente pienso en ella, en sus hijos, su madre, sus hermanos y demás seres queridos. Me parece una injusticia que su vida haya sido truncada de una forma tan absurda y cruel, siendo ella tan joven, que le hayan quitado la oportunidad de conocer a sus nietos. Aunque dicen que el tiempo cura las heridas, su madre me ha dicho que al menos en su caso, eso no ha sucedido y duda mucho que ocurra.

Como profesional y como ser humano, estoy segura que recordaré este terrible episodio de odio y violencia por el resto de mis días y las vidas por vivir.